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—Iré —dijo Cati. —Aunque usted ha hecho todo lo posible para
que nos aborrezcamos el uno al otro, Linton es el único cariño
que me queda en el mundo y le desafío a usted a que le haga
padecer cuando yo esté presente.
—Aunque te erijas en su defensor —respondió Heathcliff—, no te
quiero tan bien que vaya a quitarte el tormento de atenderle
mientras viva. No soy yo quien te hará aborrecerle. Su dulce
carácter se encargará de ello. Como consecuencia de tu fuga y
de las consecuencias que tuvo para él, le vas a hallar tan agrio
como el vinagre. Ya le oí explicar a Zillah lo que haría si fuese
tan fuerte como yo: el cuadro era admirable. Mala inclinación
no le falta, y su misma debilidad le hará encontrar algún medio
con que sustituir la fuerza de que carece.
—Al fin y al cabo es su hijo —dijo Cati. —Sería milagroso que no
tuviera mal carácter. Gracias que el mío es mejor y me
permitirá perdonarle. Sé que me ama, y por eso le amo yo
también. En cambio, señor Heathcliff, a usted no le ama nadie,
y por muy desgraciados que nos haga ser, nos desquitaremos
pensando que su crueldad procede de su desgracia. ¿Verdad
que es usted desgraciado? Está usted tan solitario como el
demonio y es tan envidioso como él. Nadie le ama y nadie le
llorará cuando muera. ¡Le compadezco a usted!
Catalina habló en lúgubre tono de triunfo. Parecía dispuesta a
amoldarse al ambiente de su futura familia y a gozarse, como
ellos, en el mal de sus enemigos.
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