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Después de una breve pausa, descolgó el retrato de la señora
Linton, lo puso sobre el sofá y lo contempló fijamente. Cati
entró en aquel momento y dijo que estaba pronta a marchar en
cuanto ensillasen el caballo.
—Envíame eso mañana —me dijo Heathcliff. Y agregó,
dirigiéndose a ella: —Hace una buena tarde y no necesitas
caballo. Cuando estés en Cumbres Borrascosas tendrás de
sobra con los pies.
—¡Adiós, Elena! —dijo mi señorita, besándome con sus helados
labios. —
No dejes de ir a verme.
—Te librarás muy bien —advirtió él. —Cuando te necesite para
algo ya vendré a visitarte. No quiero que fisgues en mi casa.
Hizo señal a Cati de que le siguiera, y ella le obedeció, lanzando
una mirada hacia atrás que me desgarró el corazón.
Los vi desde la ventana descender por el jardín. Heathcliff cogió
el brazo de Catalina, a pesar de que ella se negaba, y con
rápido paso desaparecieron bajo los árboles del camino.
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