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—A nadie le he turbado en su reposo, Elena, y, en cambio, me

                  he desahogado un poco. Me siento mucho más tranquilo, y así

                  es más fácil que podáis contar con que no saldré de mi tumba


                  cuando me llegue la hora.


                  ¡Turbarla! Dieciocho años lleva turbándome ella a mí, dieciocho

                  años, hasta anoche mismo... Pero desde ayer me he


                  tranquilizado.


                  He soñado que dormía al lado de ella mi último sueño, con la

                  mejilla apoyada en la suya.


                  —¿Y qué hubiera usted soñado si ella se hubiera disuelto bajo


                  tierra, o cosa peor?


                  —¡Que me disolvía con ella, y entonces me hubiera sentido aún

                  más feliz!


                  ¿Te figuras que me asustan esas transformaciones? Esperaba


                  que se hubiera descompuesto cuando mandé abrir la caja; pero

                  me alegro de que no comience su descomposición hasta que la

                  comparta conmigo. Luego tú no sabes lo que me sucede... Pero


                  empezó así: yo creo en los espíritus y estoy convencido de que

                  existen y viven entre nosotros. Y desde que murió no hice más

                  que invocar al suyo para que me visitase. El día que la


                  enterraron nevó. Cuando oscureció me fui al cementerio.

                  Soplaba un viento helado y reinaba la soledad. Yo no temí que

                  el simple de su marido fuese tan tarde, y no era probable que

                  nadie merodease por allí. Al pensar que sólo me separaban de


                  ella dos metros de tierra blanda, me dije: «Quiero volver a






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