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servicio me despertó y el amo me ordenó que fuera a decirles
que no quería volver a oír aquel ruido.
Entonces le comuniqué el recado de la señorita. Empezó a
maldecir, y luego encendió una vela y subió al cuarto de su hijo.
Le seguía y vi a la señora sentada junto a la cama, con las
manos cruzadas sobre las rodillas. Su suegro acercó la vela al
rostro de Linton, le miró y le tocó, y dijo a la señora:
—¿Qué te parece de esto, Catalina?
—Digo que qué te parece, Catalina —repitió él.
—Me parece —contestó ella que él se ha salvado y que yo he
recuperado la libertad... Debía parecerme muy bien, pero —
prosiguió con amargura— me ha dejado usted luchando sola
durante tanto tiempo contra la muerte, que sólo veo muerte a
mi alrededor, y hasta me parece estar muerta yo misma.
Y lo parecía en realidad. Yo le hice beber un poco de vino.
Hareton y José, a quienes nuestro ir y venir había despertado,
entraron entonces. José me parece que se alegró de la muerte
del muchacho. En cuanto a Hareton, estaba con—fuso, y más
que de pensar en Linton se preocupaba de mirar a Catalina. El
señor le hizo volverse a acostar. Mandó a José que llevara el
cadáver a su habitación, y a mí me hizo volverme a la mía. La
señora se quedó sola.
Por la mañana me hizo llamarla para desayunar. Catalina se
había desnudado y estaba a punto de acostarse. Me anunció
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