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—Yo no te he hecho nada —comenzó a decir Earnshaw. —No
tengo culpa de nada...
—Tú eres una cosa aparte —respondió la señora—, y no se me
ha ocurrido pensar en ti...
—Pues yo —contestó él— más de una vez he rogado al señor
Heathcliff que me permitiera atenderte.
—Cállate —ordenó ella. Me iré por esa puerta, no sé adónde,
antes de seguir oyendo tu desagradable voz.
Hareton musitó que por su parte podía irse, aunque fuese al
infierno; descolgó su escopeta y se marchó a cazar. Y ahora él
ya habla con todo desembarazo delante de ella, y ella se ha
retirado otra vez a su soledad. Pero a veces el frío de las
heladas la hace bajar y buscar nuestra compañía. Por mi parte
yo me mantengo tan altiva como ella. Ninguno de nosotros la
quiere, ni ella se lo merece. En cuanto se le dice la menor cosa,
ya salta y replica sin respetar nada. Se atreve a insultar hasta al
amo, y cuanto más la castiga él, más maligna se vuelve ella.
—Al principio de oír contar esto a Zillah —siguió la señora
Dean— decidí dejar este empleo, alquilar una casa y llevarme a
Cati. Pero el señor Heathcliff hubiera permitido esto tanto como
a Hareton montar una casa por su cuenta propia. Así que no
veo solución al asunto, a no ser que la señorita se case, y ésa es
una cosa que no está en mi mano conseguir.
De esta manera concluyó su historia la señora Dean. Por mi
parte, a pesar de los vaticinios del doctor, me voy reponiendo
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