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Y se sentó en un taburete al lado de la ventana,
entreteniéndose en recortar figuras de pájaros y animales en
las mondaduras de nabos que tenía a un lado. Yo me aproximé,
con el pretexto de contemplar el jardín, y dejé caer en su falda
la nota de la señora Dean.
—¿Qué es eso? —preguntó Cati en voz alta, tirándola al suelo.
—Una carta de su amiga, el ama de llaves de la Granja —
contesté, incomodado por la publicidad que daba a mi discreta
acción y temiendo que creyera que el papel procedía de mí.
Entonces quiso cogerla, pero ya Hareton se había adelantado,
guardándosela en el bolsillo del chaleco, y diciendo que primero
había de examinarla el señor Heathcliff.
Cati volvió la cara silenciosamente, sacó un pañuelo y se lo llevó
a los ojos. Su primo luchó un momento contra sus buenos
instintos, y al fin sacó la carta y se la tiró con un ademán lo más
despreciativo que pudo. Cati la recogió, la leyó, me hizo algunas
preguntas sobre los habitantes, tanto personas como animales
de la Granja, y al fin murmuró, como para sí misma:
—¡Cuánto me gustaría ir montada en Minny!¡Cuánto me gustaría
subir allá! Estoy fatigada y hastiada, Hareton.
Apoyó su linda cabeza en el alféizar de la ventana, y dejó
escapar no sé si un bostezo o un suspiro, sin preocuparse de si
la mirábamos o no.
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