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pronunciación. Mis libros de versos y en prosa eran sagrados

                  para mí, por los recuerdos que me despertaban, y me es odioso

                  verlos mancillados cuando los repite su boca. Además, ha


                  elegido para aprender mis obras favoritas, como si lo hiciera a

                  propósito para molestarme...


                  Durante unos instantes, el pecho de Hareton se agitó en


                  silencio. Estaba colérico y mortificado, y le costó mucho

                  dominarse. Yo me puse en pie y me asomé a la puerta. Él salió

                  de la habitación, y a los pocos minutos volvió cargado con

                  media docena de libros. Se los echó a Cati en el regazo y dijo:



                  —Ahí los tienes. No quiero volver a verlos más, ni a leerlos, ni a

                  ocuparme para nada de lo que dicen.


                  —Yo no los quiero —contestó ella. Me harían recordarte, y los

                  odiaría.



                  Sin embargo, abrió uno, que mostraba haber sido manoseado

                  muchas veces, y comenzó a leer un pasaje con la pronunciación

                  lenta y dificultosa de alguien que estuviera aprendiendo a leer.


                  Después se echó a reír y lo tiró.


                  —¡Escuchad! —dijo después. Y comenzó a recitar de la misma

                  manera los versos de una antigua balada.


                  Él no pudo aguantar más. Oí —sin sentirme inclinado a


                  censurarle del todo


                  — un bofetón que hizo callar la provocativa lengua de la

                  muchacha. Ella había hecho todo lo posible para exasperar los








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