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—No es necesario —respondió con frialdad, —Seguramente
usted dejará objetos suficientes para cubrir su débito, en el
supuesto de que no vuelva usted. No me corre prisa. Tome
asiento y quédese a comer con nosotros. ¡Cati! Sirve la mesa.
Cati compareció trayendo los cubiertos.
—Tú puedes comer con José en la cocina —le dijo Heathcliff,
aparte—, y estarte allí hasta que éste se vaya.
Ella le obedeció y acaso no se le ocurrió siquiera lo contrario.
Viviendo como vivía entre palurdos y misántropos es muy fácil
que no supiese apreciar otra clase mejor de gente cuando por
casualidad la encontraba.
Heathcliff, melancólico y huraño, a un lado y Hareton, mudo, a
otro— transcurrió muy poco alegremente. Me despedí en cuanto
pude. Me hubiese gustado salir por la puerta de atrás para ver
otra vez a Cati y para molestar al viejo José, pero no pude
hacer lo que me proponía porque mi huésped mandó a Hareton
que me trajese el caballo, y él mismo me acompañó hasta la
salida.
« ¡Qué tristemente viven en esta casa! —medité mientras bajaba
por el camino. —¡Y qué hermoso y romántico cuento de hadas
hubiese sido para la señora Linton Heathcliff el que nos
hubiésemos enamorado, como su bondadosa aya quería, y
hubiésemos marchado juntos a la bulliciosa ciudad»
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