Page 402 - cumbres-borrascosas-emily-bronte
P. 402
—¡El inquilino! —exclamó estupefacta. —¿Cómo no nos avisó de
su llegada? En toda la casa, señor, no hay siquiera un cuarto en
condiciones.
Se quitó la pipa de la boca y se lanzó dentro de la casa. La niña
la siguió, y yo la imité. Pude comprobar que la anciana no había
faltado a la verdad, y, además, que mi presencia la había
trastornado. Procuré calmarla diciéndole que iría a dar un
paseo, y que entretanto me arreglase una alcoba para dormir y
un rincón en la sala para cenar. No era preciso andar con
limpieza ni barridos. Me bastaban un fuego y unas sábanas
limpias. Ella mostró deseo de hacer cuanto pudiera, y si bien en
el curso de sus trabajos metió la escoba en la lumbre
confundiéndola con el atizador y cometió otras varias
equivocaciones, no obstante me marché con la confianza de
que al volver encontraría donde instalarme. El objetivo de mi
paseo era Cumbres Borrascosas; pero antes de salir del patio
se me ocurrió una idea que me hizo volverme.
—¿Están todos bien en las Cumbres? —pregunté a la anciana.
—Que yo sepa, sí —me contestó mientras salía llevando en la
mano un cacharro lleno de ceniza.
Me hubiese gustado preguntarle la causa de que la señora
Dean no estuviera ya en la Granja, pero, comprendiendo que no
era oportuno interrumpirla en sus faenas, le volví la espalda y
me fui lentamente. A mi espalda brillaba aún el sol, y ante mí se
levantaba la luna. Salía del parque y escalé el pedregoso
402