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Bien, por lo menos, tome usted un vaso de cerveza. Está usted
fatigado.
Y se fue por ella antes de que yo pudiera impedírselo. Oí como
José le reprochaba el tener amigos a su edad y el hacerlos
beber a costa de las bodegas del amo, lo que le parecía tan
escandaloso que se sentía avergonzado de no haber muerto
antes de asistir a ello.
—A los quince días de irse usted —empezó—, me llamaron para
que fuese a Cumbres Borrascosas, lo que hice con el mayor
placer, pensando en Cati. Al verla, quedé asustada y
disgustadísima: tal era el cambio que aprecié en ella desde que
la viera por última vez. El señor Heathcliff no detalló los motivos
por los que me hiciera venir. Se limitó a decirme que me
reservase la salita para su nuera y para mí, ya que de sobra
tenía con verla una o dos veces diarias. A ella esto le gustó. Yo
comencé a pasarle ocultamente libros y cosas que tenía en la
Granja y le agradaban, y esperábamos pasarlo bastante bien.
Pero no tardamos en desengañarnos. Cati se volvió muy pronto
melancólica y se irritaba por cualquier niñería. No le permitían
salir del jardín, y esto aumentaba su disgusto, sobre todo a
medida que iba entrando la primavera. Además, yo tenía que
atender a las cosas de la casa, y ella tenía que quedarse sola, lo
que la contrariaba hasta el extremo de que prefería bajar a la
cocina para pelearse con José, que permanecer sola en su
cuarto. Yo no hacía caso de todo eso; pero como Hareton tenía
muchas veces que irse a la cocina cuando el amo quería estar
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