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solo en el salón, ella principió a cambiar de modo de ser
respecto a él. Siempre estaba hablándole, zahiriéndole,
criticando la vida que llevaba.
—¿Verdad, Elena —dijo una vez—, que hace la misma vida de un
perro o de una caballería? Trabaja, come y duerme sin
preocuparse de más. ¡Qué vacía debe tener la cabeza y qué
oscuro el espíritu! ¿Sueñas alguna vez, Hareton? ¿Qué sueñas?
¿Por qué no hablas?
Y miró a Hareton; pero él no se dignó contestarle, ni mirarla
siquiera.
—Puede que ahora esté soñando —continuó Cati. —Ha hecho un
movimiento como los que hace Juno.
—El señorito Hareton acabará pidiendo al amo que la envié a
usted arriba si no se porta usted bien con él —le dije.
Hareton no sólo había hecho un movimiento, sino que hasta
había llegado a cerrar amenazadoramente los puños.
—Ya sé por qué Hareton no habla nunca cuando yo estoy en la
cocina — siguió ella. Tiene miedo de que me burle. Una vez
empezó él solo a aprender a leer, y porque me reía de él, echó
los libros al fuego. ¿Qué te parece, Elena?
— ¿Cree usted que hizo bien, señorita? —repuse.
—Puede que no me portase bien —contestó— pero yo no creía
que él fuera tan tonto. Hareton, ¿quieres un libro?
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