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—Zillah se despidió, y el señor Heathcliff me hizo venir cuando
usted se fue a Londres. Entre, entre... ¿Ha venido usted a pie
desde Gimmerton?
—Vengo de la granja —repuse—, y quisiera aprovechar la
oportunidad para liquidar con su amo, ya que no es fácil que se
presente ocasión más propicia para los dos.
—¿Liquidar? —preguntó Elena, mientras me acompañaba al
salón. —¿Qué hay que liquidar, señor?
—¡El alquiler!
—Entonces tendrá usted que entenderse con la señora, o, mejor
dicho, conmigo, porque ella todavía no sabe llevar bien sus
cosas, y soy yo quien me ocupo de todo.
La miré asombrado.
—Veo que usted todavía no sabe que Heathcliff ha muerto —
añadió.
—¿Que ha muerto? ¿Cuándo?
—Hace tres meses. Siéntese, deme el sombrero, y se lo contaré
todo. No ha comido usted aún, ¿verdad?
—Ya he mandado en casa que preparen cena. Siéntese usted
también. No se me había ocurrido que aquel hombre hubiera
muerto. ¿Cómo fue? Los jóvenes no volverán pronto...
—Sí, tardarán. Siempre les estoy reprendiendo, pero tardan más
cada vez.
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