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Hasta que estuvo curado, tuvo que permanecer en la cocina
casi continuamente. A Cati le agradó que estuviera allí. Me
incitaba constantemente a hacer algo abajo para tener motivos
de bajar ella.
El lunes de Pascua, José fue a llevar ganado a la feria de
Gimmerton. Pasé la tarde en la cocina repasando ropa.
Earnshaw estaba sentado junto al fuego, tan sombrío como de
costumbre, y la señorita se divertía en echar el aliento a los
cristales de la ventana y trazar figuras con el dedo. De cuando
en cuando canturreaba o hacía alguna exclamación, o bien
miraba a su primo, que seguía inmóvil, fumando, mirando al
fuego. Dije a Cati que me tapaba la luz, y entonces ella se
acercó a la chimenea. Al principio no me fijé en nada, pero
luego oí que decía.
—¿Sabes, Hareton, que... ahora... me gustaría que fueras mi
primo si no te mostraras tan rudo y enfadado?
Hareton guardó silencio:
—¿Me oyes, Hareton? ¡Hareton, Hareton! —siguió ella.
—¡Quítate de en medio! —dijo él hoscamente.
—Venga esa pipa —respondió la joven.
Y antes de que él pudiera reparar en nada, se la arrancó de la
boca y la echó al fuego. Él la insultó groseramente y cogió la
pipa.
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