Page 414 - cumbres-borrascosas-emily-bronte
P. 414

pobre hombre se escandalizó al ver a Cati y a Hareton sentados

                  juntos, y a ella apoyando su mano en el hombro de su primo.

                  Tan asombrado quedó, que ni siquiera supo exteriorizar su


                  sorpresa, sino con profundos suspiros que lanzaba mientras

                  abría su Biblia sobre la mesa y apilaba sobre ella los sucios

                  billetes de Banco, que eran el producto de sus transacciones en

                  la feria. Finalmente, llamó a Hareton.



                  —Toma ese dinero, muchacho, y llévaselo al amo —dijo. —Ya no

                  podremos seguir aquí. Tenemos que buscarnos otro sitio donde

                  estar.



                  —Vámonos, Catalina —dije yo a mi vez—, ya he acabado de

                  planchar.


                  —Todavía no son las ocho —respondió la joven, levantándose a

                  su pesar.



                  —Voy a dejar ese libro en la chimenea, Hareton, y mañana

                  traeré más.


                  —Cuantos libros traiga usted, los llevaré al salón —intervino


                  José—, y milagro será que vuelva usted a verlos. Así que haga

                  lo que le parezca.


                  Catalina le amenazó con que los libros de José responderían de

                  los daños que pudieran sufrir los suyos, se rio al pasar al lado


                  de Hareton y subió a su cuarto con el corazón menos oprimido

                  que hasta entonces. La intimidad entre los muchachos se

                  desarrolló rápidamente aunque tuvo algunos eclipses. El buen


                  deseo no era suficiente para civilizar a Hareton y tampoco la





                                                          414
   409   410   411   412   413   414   415   416   417   418   419