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sentó junto a Hareton. No era más discreta en sus
demostraciones de afecto que antes lo fuera en las de
enemistad.
—Procure no mirar ni hablar mucho a su primo —le aconsejé al
entrar.
—Es seguro que ello ofendería al señor Heathcliff y le indignaría
contra los dos.
—Haré lo que me dices —repuso.
Pero al cabo de un momento empezó a darle con el codo y a
echarle florcitas en el plato de la sopa.
Él no osaba hablarle ni casi mirarla, pero ella le provocaba
hasta el punto de que el muchacho estuvo dos veces a punto de
soltar la risa. Yo fruncí el entrecejo. Ella miró al amo, que al
parecer estaba absorto en sus propios pensamientos, como de
costumbre. Se puso seria, pero al cabo de un momento empezó
otra vez a hacer niñerías, y esta vez Hareton no pudo contener
una ahogada carcajada. El señor Heathcliff dio un respingo y
nos miró. Cati le miró a su vez con el aire rencoroso y
provocativo que él odiaba tanto.
—Felicítate de que estás lejos de mi alcance —dijo él. —¿Qué
demonio te aconseja mirarme con esos infernales ojos? Bájalos
y procura no recordarme que existes. Creí que te había quitado
ya las ganas de reírte.
—He sido yo —murmuró Hareton.
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