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que Hareton estaba unido a Heathcliff por las cadenas de la
costumbre y que sería cruel intentar romperlas. Así que en lo
sucesivo se mostró bondadosa, y no creo desde entonces
haberle oído murmurar ni una sílaba contra Heathcliff en
presencia de su primo.
Después de este incidente, la intimidad de los jóvenes aumentó,
y continuaron sus tareas de maestra y alumno. Cuando yo
acababa de trabajar, entraba para verlos y el tiempo se me iba
mirándolos embobada. De Cati estaba orgullosa hacía mucho
tiempo, y ahora empezaba a esperar que también él me
procuraría muchas satisfacciones, ya que los quería a ambos
casi como si fuesen hijos míos. El buen natural de Hareton se
libraba rápidamente de las sombras que la ignorancia y el
rebajamiento en que le criaran habían acumulado sobre él, y los
sinceros elogios que le dirigía Cati estimulaban más aún su
aplicación. A medida que interiormente se animaba, se
animaba también su rostro y sus facciones se dignificaban. Ya
no se parecía al tosco muchacho a quien encontré el día que fui
a buscar a la señorita al risco de Penniston.
Mientras yo reflexionaba sobre estas cosas y ellos seguían
entregados a su ocupación, volvió Heathcliff. Entró de
improviso y tuvo tiempo para examinarnos a su sabor antes de
que nosotros nos diéramos cuenta de que había llegado. Yo
pensé que era imposible contemplar un cuadro más apacible, y
que hubiera sido una diabólica indignidad reprenderlos. Los
rojos destellos de la lumbre iluminaban sus cabezas inclinadas
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