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molestarme en levantar siquiera la mano contra ellos. Pero no
te figures que me propongo deslumbraros ahora con un gesto
magnánimo. ¡Nada de eso! Lo que pasa es que he perdido el
gusto de destruirles, y me siento con muy pocas ganas de
destruir nada. Estoy a punto de sufrir un extraño cambio, Elena,
y la sombra de esa transformación me envuelve ya. La vida
corriente no me interesa, y casi no me ocupo de comer ni beber.
Esos muchachos son las únicas cosas que presentan una
apariencia material ante mis ojos, y una apariencia que me
causa un dolor de agonía. En ella no quisiera ni pensar, sólo el
verla me vuelve loco. Él me produce otra sensación, y, no
obstante, no quisiera volverle a ver. Si pretendo explicarte los
recuerdos que él me produce, puede que me creyeras demente.
Pero mi pensamiento está siempre tan oculto dentro de mí
mismo, que siento la tentación de transmitirlo a alguien. No
digas a nadie nada de lo que estoy hablando. Ha—ce cinco
minutos, Hareton me parecía, más que un ser humano, un
símbolo de mi juventud. Si llego a hablarle, hubiera parecido
que mis palabras eran insensatas. Su parecido con Catalina me
la recordaba de un modo terrible. Ahora que no es eso lo que
más me impresiona en él, porque todo me recuerda a Catalina
sin necesidad de Hareton. Si miro al suelo creo ver las facciones
de ella grabadas en las baldosas. En los árboles y en las nubes,
en todas las cosas durante el día y llenando el aire durante la
noche, veo su imagen. ¡Creo verla en las más vulgares facciones
de cada hombre y cada mujer, y hasta en mi rostro! El mundo
es para mí una espantosa colección de recuerdos diciéndome
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