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—Y mi dinero —remachó ella, pagando la mirada de odio de
Heathcliff con otra igual, mientras mordisqueaba un trozo de
pan que le había sobrado de la comida.
El amo quedó un momento confuso, pero enseguida se levantó
y la miró rencorosamente.
—Vale más que se siente usted —dijo ella. —Hareton me
defenderá si intenta pegarme.
—Si Hareton no te echa fuera del salón ahora mismo le
apalearé hasta enviarle al infierno —barbotó Heathcliff. —
¡Condenada bruja! ¿Conque quieres rebelarte contra mí? Échala,
Hareton. ¿No me oyes? ¡Elena, como aparezca ante mi vista
otra vez, la mato!
Hareton, en voz baja, trataba de persuadirla a que se fuera.
—Llévala a rastras —ordenó ferozmente Heathcliff. —Nada de
charla. Y se acercó, dispuesto a hacerlo él en persona.
—No le obedeceré nunca más, canalla —dijo Catalina. —Y
Hareton no tardará en odiarle tanto como yo.
—Cállate — dijo el joven. —No le hables así.
—¿Vas a dejar que me pegue? —preguntó ella.
—¡Vámonos! —respondió el joven. Pero Heathcliff la había
alcanzado ya.
—Ahora lárgate tú —intimó a Earnshaw. —¡Maldita bruja! Esto es
demasiado, haré que se arrepienta de una vez.
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