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contaminar el alma de los demás. No es tan linda como para
hacer caer a nadie en tentación. Se trata de esa desgraciada
mozuela, que ha embrujado a nuestro muchacho hasta el
extremo de que —¡se me parte el corazón!—, no sólo ha
olvidado cuanto he hecho por él, sino que ha llevado su
ingratitud hasta arrancar una fila entera de las mejores plantas
de grosella que yo había plantado en el jardín.
Y comenzó a lamentarse de Earnshaw y de su ingrata
condición.
—Este imbécil debe de estar borracho —dijo Heathcliff. —¿De
qué te acusa Hareton?
—He quitado dos o tres groselleros —repuso el joven, —pero
volveré a colocarlos.
Cati puso su lengua a contribución:
—Queríamos plantar flores allí —afirmó—, y yo tuve la culpa,
porque fui quien se lo dijo a Hareton.
—¿Y quién demonios te dio permiso para semejante cosa? Y a
ti, Hareton,
¿quién te mandó obedecerla?
Él callaba, pero ella continuó:
—Bien puede usted cederme unos metros del jardín para
plantar flores después que me ha quitado todas mis tierras...
—¿Tus tierras, insolente bribona? ¿Cuándo has tenido tierras tú?
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