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sendero que conducía a la casa de Heathcliff. Cuando llegué a

                  ella, del día sólo quedaba, en poniente, una leve luz ambarina.

                  Pero una espléndida luna permitía divisar cada piedra del


                  camino y cada brizna de hierba. No tuve que llamar a la verja:

                  cedió al empujarla, Pensé que esto siempre era una mejora. Y

                  aún aprecié otra: una fragancia de enredaderas que inundaba

                  el aire.



                  Puertas y ventanas estaban abiertas. Como es frecuente ver en

                  aquellas regiones, un gran fuego brillaba en la chimenea, a

                  pesar del calor. El salón de Cumbres Borrascosas es tan grande,


                  que queda sitio de sobra para poder separarse del hogar. Las

                  personas que había allí estaban sentadas junto a las ventanas.

                  Antes de penetrar, las vi y las oí hablar, y me fijé en ellas con un

                  sentimiento de curiosidad que, a medida que fui avanzando, se


                  convirtió en envidia.


                  —Contrario —dijo una voz que sonaba tan dulcemente como

                  una campanilla de plata. —¡Van tres veces, torpón! No te lo


                  volveré a repetir.


                  ¡Acuérdate, o te tiro de los pelos!


                  —Contrario —pronunció otra voz que procuraba suavizar su

                  robusto tono.



                  —Ahora dame un beso en recompensa de haberlo dicho bien.


                  —No, no te lo daré hasta que lo pronuncies correctamente.












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