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—Acuéstese y pase la noche; pero, en nombre de Dios, no repita
el escándalo de antes. No tiene otra justificación, a no ser que
le estuvieran decapitando.
—Si aquella endemoniada brujita llega a entrar, a buen seguro
que me hubiese estrangulado —le respondí. —No me siento con
ganas de soportar más persecuciones de sus hospitalarios
antepasados. El reverendo Jabes Branderham, ¿no sería tal vez
pariente suyo por parte de madre? Y en cuanto a Catalina
Earnshaw, o Linton, o como se llamara, ¡menuda debía de ser!
Según me dijo, ha andado errando durante veinte años, lo que
sin duda es justo castigo a sus pecados.
En aquel momento recordé que el apellido de Heathcliff estaba
unido en el libro al de Catalina, lo que había olvidado hasta
entonces. Me avergoncé de mi descortesía; pero, como si no me
diese cuenta, me apresuré a añadir:
—El caso es que a primera hora de la noche estuve... —iba a
decir
«hojeando esos librotes», pero me corregí y continué —
repitiendo el nombre que hay escrito en esa ventana, como
ejercicio para atraer el sueño...
—¿Cómo se atreve a hablarme de este modo estando en mi
casa? —rugía entre tanto Heathcliff. Hace falta estar loco para
hablarme así.
Se golpeaba la frente con violencia. Yo no sabía si ofenderme o
seguir explicándome; pero me pareció tan conmovido, que sentí
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