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compasión de él, y continué refiriéndole mi sueño y afirmando
que nunca había oído pronunciar hasta entonces el nombre de
Catalina Linton; pero que, a fuerza de verlo escrito allí, llegó a
plasmar en una forma concreta al dormirme.
Mientras hablaba, Heathcliff, poco a poco, había ido
retirándose de mi lado, hasta que acabó escondiéndose detrás
del lecho. A juzgar por su respiración anhelante, luchaba
consigo mismo para reprimir sus emociones. Fingí no darme
cuenta, continué vistiéndome y comenté:
—No son todavía las tres. Yo creía que serían las seis lo menos.
El tiempo aquí se hace interminable. Verdad es que sólo debían
de ser las ocho cuando nos acostamos.
—En invierno nos retiramos siempre a las nueve y nos
levantamos a las cuatro —replicó mi casero, reprimiendo un
gemido y limpiándose una lágrima, según conjeturé por un
ademán de su brazo. —Acuéstese —añadió—, ya que si baja tan
temprano no hará más que estorbar. Por mi parte, sus gritos
me han desvelado.
—También a mí —repuse. —Bajaré al patio y estaré paseando
por él hasta que amanezca y después me iré. No tema una
nueva intrusión. Lo sucedido, para siempre me ha quitado las
ganas de buscar amigos, ni en el campo ni en la ciudad. Un
hombre sensato debe tener bastante compañía consigo mismo.
—¡Magnifica compañía! —murmuró Heathcliff. — Coja la vela y
váyase a donde quiera. Me reuniré con usted enseguida. No
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