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Aquí, en general, señor Lockwood, no solemos simpatizar
mucho con los forasteros, a no ser que ellos empiecen por
simpatizar con nosotros.
El joven Earnshaw había cambiado mucho en aquellos tres
años. Estaba más delgado y más pálido, y vestía y hablaba de
un modo distinto. El mismo día que llegó, nos advirtió a José y
a mí que debíamos limitarnos a la cocina, dejándole el salón
para su uso exclusivo. Al principio pensó en acomodar para
saloncito una estancia interior, empapelándola y
acondicionándola; pero tanto le gustó a su mujer el salón, con
su suelo blanco, su enorme chimenea, su aparador y sus platos,
y tanto le satisfizo la amplitud y comodidad que se disfrutaba
allí, que prefirieron utilizar aquella habitación para cuarto de
estar.
Al principio, la mujer de Hindley se manifestó contenta de ver a
su cuñada. Andaba con ella por la casa, jugaban juntas, la
besaba y le hacía obsequios; pero pronto se cansó, y a medida
que disminuía en sus muestras de cariño, Hindley se volvía más
déspota. Cualquier palabra de su mujer que indicase desafecto
hacia Heathcliff despertaba en él sus antiguos odios infantiles.
Le hizo instalar con los criados, y le mandó que se aplicase a las
mismas tareas de labranza que los otros mozos de la finca.
Al principio, Heathcliff toleró bastante resignadamente su
nuevo estado. Catalina le enseñaba lo que ella aprendía,
trabajaba en el campo con él y jugaban juntos. Los dos iban
creciendo en un abandono completo, y el joven
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