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de criado con un farol y gritó: «¡Sujeta fuerte, Espía, sujeta
fuerte!» Pero en cuanto vio en qué situación se hallaba el perro,
cambió de tono. El animal tenía un palmo de lengua fuera de la
boca y chorreaba sangre por el hocico. El hombre cogió a
Catalina, que estaba medio desvanecida, no de miedo, sino de
disgusto, y se la llevó, seguido por mí, que profería toda clase
de insultos y amenazas de vengarme.
—¿A quién habéis capturado, Roberto? —preguntó Linton desde
la puerta.
—Espía ha agarrado a una muchachita, señor —repuso el
criado—, y aquí hay también un mozalbete que me parece que
es una buena pieza —añadió, sujetándome. — Seguramente los
ladrones se proponían hacerlos entrar por la ventana para que
abriesen la puerta cuando estuviéramos dormidos y poder así
asesinarnos impunemente. ¡Calla la lengua, maldito, ladrón! Esa
hazaña te costará la horca. No suelte la escopeta, señor Linton.
—No la suelto, Roberto —contestó el viejo imbécil. —Los
truhanes habrán logrado enterarse de que ayer fue día de
cobro, y les habrá parecido buena ocasión. ¡Entrad, entrad, que
os recibiremos bien! Juan, echa la cadena. Eugenia, dale agua
al perro. ¡Han venido a meterse en la ratonera! ¡Y en domingo
nada menos! ¡Qué insolencia! Mira, querida María: es un niño; no
tengas miedo. Pero tiene tan mala facha, que se haría un bien a
la sociedad ahorcándole antes que realice los crímenes que ha
de cometer, a juzgar por su catadura.
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