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Catalina; pero él me llevó a la fuerza al jardín, me entregó un
farol, me dijo que iba a hablar al señor Earnshaw de mi
comportamiento, y, después de ordenarme que me largara,
cerró la puerta. Como las cortinas seguían descorridas, volví a
donde antes habíamos estado, proponiéndome romper todos
los cristales de la ventana si Catalina quería irse y no se lo
permitían. Pero ella estaba sentada tranquilamente en el sofá, y
la señora Linton, que le había quitado el mantón de la criada,
que habíamos cogido para hacer nuestra excursión, le hablaba,
supongo que reprendiéndola. Como era una señorita la
trataban de otra forma que a mí. La criada trajo una palangana
de agua caliente y le lavaron el pie. Luego el señor Linton le
ofreció un vasito de vino dulce, mientras Isabel le ponía en el
regazo un plato de bollos y Eduardo permanecía silencioso a
poca distancia. Después le secaron los pies, la peinaron, le
pusieron unas zapatillas que le venían muy grandes y la
sentaron junto al fuego. Así la dejé, lo más alegre que te puedes
imaginar, repartiendo los dulces con Espía y con el perro
pequeño, y a veces haciéndole cosquillas en el hocico. Todos
estaban admirados de ella. Y no es extraño, porque vale mil
veces más que ellos y que cualquier otra persona. ¿Verdad que
sí, Elena?
—Esto traerá consecuencias, Heathcliff —le contesté,
abrigándole y apagando la luz. —Eres incorregible. El señor
Hindley tendrá que apelar a medidas rigurosas, ya lo verás.
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