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resplandecían de júbilo, no se atrevió a tocar a los animales por
no descomponerse el atuendo. A mí me besó, pero con
precaución, pues yo estaba preparando el bollo de Navidad y
me encontraba toda enharinada. Después buscó con la mirada
a Heathcliff. Los señores esperaban con ansia el momento de
su encuentro con él, a fin de juzgar las probabilidades que
tenían de separarla definitivamente de su amigo.
Heathcliff apareció enseguida. Ya de por sí era muy Adán y
nadie por su parte se cuidaba de él antes de la ausencia de
Catalina; pero entonces estaba mucho más desaseado. Yo era
la única que me preocupaba de hacer que se lavase una vez
siquiera a la semana. Los muchachos de su edad no suelen ser
amigos del agua. Así que (prescindiendo de su traje, que estaba
como puede suponerse después de andar tres meses entre el
barro y el polvo) tenía el cabello desgreñado y la cara y las
manos cubiertas de una capa de mugre. Permanecía escondido,
mirando a la preciosa Catalina que acababa de entrar,
asombrado de verla tan bien ataviada y no hecha una facha
como él.
—¿Y Heathcliff? —Preguntó la joven, quitándose los guantes y
descubriendo unos dedos que, de no hacer nada ni salir de casa
nunca, aparecían blancos y delicados.
—Sal, Heathcliff —gritó Hindley, congratulándose por
anticipado del mal efecto que el muchacho, con su traza de
pilluelo, iba a producir a Catalina.
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