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llamándome, además «buena moza». Luego pensé en el cariño

                  que había sentido hacia Heathcliff y en el temor que tenía


                   de que fuera abandonado al faltarle él, y pensando en la


                  situación presente del muchacho, casi me dieron ganas de

                  llorar. Considerando después que mejor que lamentar sus

                  desdichas sería procurar remediarlas, me levanté y fui al patio a


                  buscarle. Le encontré enseguida: estaba en la cuadra cepillando

                  el lustroso pelo de la jaca negra y dando de comer a los demás

                  animales.


                  —Apresúrate —le dije. —La cocina está muy confortable y José


                  se ha ido a su cuarto. Procura acabar pronto para vestirte

                  decentemente antes de que salga la señorita Catalina. Así

                  podréis estar juntos y charlar al lado de la lumbre hasta la hora


                  de irse a dormir.


                  Él siguió haciendo su faena, procurando no mirarme.


                  —Anda, ven —proseguí. —Necesitarás media hora para vestirte.

                  Hay un pastel para cada uno de vosotros.



                  Esperé otros cinco minutos; pero en vista de que no me

                  contestaba, me fui. Catalina comió con sus hermanos. José y yo

                  celebramos una cena muy poco cordial, amenizada con sus


                  censuras y malas contestaciones mías. El pastel y el queso de

                  Heathcliff estuvieron toda la noche sobre la mesa para

                  alimento de duendes. Él estuvo trabajando hasta las nueve, y a

                  esa hora se fue a su habitación, siempre taciturno y obstinado.


                  Catalina estuvo hasta muy tarde preparándolo todo para






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