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cocina, tropezara con Hindley, que la estaba abriendo por el

                  otro lado. El amo, ya porque le incomodara verle tan animado y

                  tan arreglado, o quizá por complacer a la señora Linton, le


                  empujó violentamente, y dijo a José:


                  —Hazle entrar en el desván hasta después de que hayamos

                  comido. De lo contrario, tocaría los dulces con los dedos y


                  robaría las frutas si se le permitiera estar un solo minuto aquí.


                  —No hará nada de eso, señor —me atreví a replicar. —Y espero

                  que participe de los dulces como nosotros.


                  —Participará de la paliza que le pegaré si le veo por aquí abajo


                  antes de la noche —gritó Hindley. —¡Largo, vagabundo! De

                  modo que quieres lucirte,


                  ¿verdad? Como te agarre esos mechones ya verás si te los


                  pongo más largos todavía...


                  —Ya los tienes bastante largos —comentó el joven Linton, que

                  acababa de aparecer en la puerta. —Le caen sobre los ojos

                  como la crin de un caballo. No sé cómo no le dan dolor de


                  cabeza.


                  Aunque hizo aquella observación sin ánimo de molestarle,

                  Heathcliff, cuyo rudo carácter no toleraba impertinencias, y

                  más viniendo de alguien a quien ya consideraba como su rival,


                  cogió una fuente llena de jugo de manzana caliente y se lo tiró

                  a la cara. El muchacho lanzó un grito que hizo acudir enseguida

                  a Catalina y a Isabel. El señor Earnshaw cogió a Heathcliff y se


                  lo llevó a su habitación, donde sin duda le debió de aplicar un





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