Page 86 - cumbres-borrascosas-emily-bronte
P. 86

—Es igual; yo no suelo acostarme hasta muy tarde.

                  Levantándome a las diez, no importa acostarse a las dos.


                  —Es que no debía usted dormir hasta las diez. Pierde usted lo


                  mejor del día. Cuando a esa hora no se ha hecho ya la mitad de

                  la faena diaria, es muy probable que no se pueda hacer el resto.


                  —Es lo mismo, señora Dean... Vuelva a sentarse. Creo que

                  tendré mañana que estarme acostado hasta después de comer,


                  porque, o mucho me equivoco, o no me libro de un buen

                  constipado.


                  —Confío en que no suceda así, señor. Bien; pues daré un salto


                  de tres años, o sea hasta que la señora Earnshaw...


                  —No; nada de saltos. ¿No sabe usted lo que siente el que se

                  encuentra ocupado en mirar cómo una gata lame a sus gatillos


                  y se indigna cuando ve que deja de lamer una de las orejas de

                  uno de ellos?


                  —Creo que quien haga eso no es más que un perezoso.


                  —No lo crea... Bueno; yo me encuentro en ese caso ahora. De


                  modo que cuente usted la historia con todo detalle. En sitios

                  como éste, las gentes adquieren a los ojos del que las observa

                  un valor que puede compararse con el de una araña a los ojos

                  de quién la contempla en un calabozo. La araña en un calabozo


                  tiene una importancia que no tendría en la casa de un hombre

                  en libertad. Pero, de todos modos, el cambio no se debe sólo a

                  la distinta situación del observador. Las gentes aquí viven más


                  honradamente, más reconcentradas en sí mismas y menos





                                                           86
   81   82   83   84   85   86   87   88   89   90   91