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atraídas por la parte superficial de las cosas. En un sitio así yo

                  sería capaz hasta de creer en un amor eterno, y eso que he

                  creído siempre imposible que una pasión dure más de un año.



                  —Los de aquí, cuando se nos conoce, somos como los de

                  cualquier otro sitio —contestó la señora Dean, algo

                  desconcertada por mi inesperado discurso.


                  —Perdone, amiga mía —repuse—; pero usted misma es una


                  negación viviente de lo que dice. Usted, aparte de algunos

                  modismos locales muy secundarios, no suele hablar ni obrar

                  como las personas de su clase. Tengo la evidencia de que ha


                  pensado mucho más de lo que suelen hacerlo la mayoría de las

                  personas de su profesión. Como no ha tenido usted que

                  ocuparse de frivolidades, ha necesitado meditar en cosas


                  serias.


                  La señora Dean se echó a reír.


                  —Naturalmente, me tengo por una persona sensata — replicó—;

                  pero no creo que sea por vivir recluida entre montañas y ver


                  sólo un aspecto de las cosas, sino por haberme sometido a una

                  severa disciplina que me hizo aprender a tener buen juicio.

                  Además, señor Lockwood, he leído más de lo que usted se

                  imagina. No hay un libro de la biblioteca que yo no haya ojeado


                  y del que no aprendiera algo, excepto los libros griegos y

                  latinos, o los franceses... Y aun éstos sé distinguirlos unos de

                  otros... ¿Qué más va usted a pedir a la hija de un pobre? De


                  todos modos, si se empeña en que le siga contando la historia







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