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Earnshaw, es una fortuna que su mujer le haya dado un hijo.

                  Cuando la vi por primera vez tuve la seguridad de que no viviría

                  largo tiempo, y ahora puedo decirle que no pasará del invierno.


                  No se aflija, porque la cosa no tiene remedio; pero debió haber

                  buscado usted una esposa menos endeble.»


                  —¿Y qué contestó el amo? —pregunté a la muchacha.


                  —Creo que una blasfemia; pero no me fijé, porque estaba


                  pendiente de ver al niño.


                  Y la chica empezó a describirme al nene con entusiasmo. Yo me

                  apresuré a correr a casa, ya que tenía tantos deseos de verlo


                  como ella; pero me daba pena de Hindley. Sabía que en su

                  corazón sólo había lugar para dos afectos: el de su mujer y el de

                  sí mismo. A ella la adoraba, y me parecía imposible que pudiese

                  soportar su pérdida.



                  Cuando llegamos a Cumbres Borrascosas, él se hallaba en pie

                  ante la puerta. Le pregunté cómo estaba el niño.


                  —A punto de echar a correr, Elena —me replicó, sonriendo.



                  —¿Y la señora? —osé preguntarle. —Creo que el médico dice

                  que...


                  —¡Al demonio con el médico! –contestó. —Francisca está bien y


                  la semana próxima se habrá restablecido del todo. Si subes, dile

                  que ahora iré a verla, siempre que prometa no hablar. Me he

                  ido de la habitación porque no quería callarse, y es preciso que











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