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Este fue mi último señor; su retrato está ahí, sobre la chimenea.
Antes, al otro lado, estaba colgado el de su esposa, y es una
pena que lo hayan quitado, porque así podría usted haberse
hecho una idea de lo que fue. ¿Puede usted separar eso de ahí?
A la luz de la bujía que levantaba la señora Dean distinguí un
rostro de finas facciones, muy semejante al de la joven de las
Cumbres, pero más pensativo y menos adusto. Era un cuadro
agradable. El cabello era rubio y levemente rizado en las sienes,
los ojos grandes y reflexivos y en conjunto una figura que
resultaba incluso demasiado graciosa. No me maravilló que
Catalina le hubiese preferido a Heathcliff; pero pensando en
que su opinión debía corresponder a su aspecto, me asombro
que él se hubiese sentido atraído hacia Catalina.
—Es un bonito retrato —dijo. ¿Está parecido?
—Sí —repuso el ama de llaves. —En general, era así. Cuando
estaba animado parecía aún más guapo.
Desde que Catalina pasara aquellas cinco semanas con los
Linton, siguió manteniendo relaciones de amistad con ellos. Al
disimular en su presencia su aspereza acostumbrada logró
cautivarlos a todos, en especial a Isabel, que la admiraba, y a
su hermano, que terminó por prendarse de ella. Como esto la
complacía, tenía que desarrollar un doble modo de ser, aunque
no con intención aviesa. Cuando oía comentar que Heathcliff
era un joven truhan, pero que un bruto, se cuidaba mucho de no
parecerse a él; pero cuando estaba en casa mostraba muy
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