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las ondas. ¡Basta, déjame! ¿Qué estaba a punto de decir,
Heathcliff?
—Mira ese calendario que hay en la pared —repuso él
señalando uno que estaba colgando junto a la ventana. —Las
cruces marcan las tardes que has pasado con Linton; los
puntos, las que hemos pasado juntos tú y yo. He marcado
pacientemente todos los días. ¿Los ves?
—¡Vaya una bobada! —repuso despectivamente Catalina. —¿A
qué viene eso?
—A que te des cuenta de que reparo en ello —contestó
Heathcliff.
—¿Y por qué he de estar siempre contigo? —replicó ella, cada
vez más irritada. —¿Para qué me sirve? ¿De qué me hablas tú?
Lo que haces para distraerme, un niño de pecho lo haría; y lo
que dices, lo diría un mudo.
—Antes no me decías eso, Catalina —repuso Heathcliff, muy
agitado.
—No me indicabas que te aburriera mi compañía.
—¡Vaya una compañía la de una persona que no sabe nada ni
dice nada! — argumentó la joven.
Él se levantó, pero antes de que tuviera tiempo de seguir
hablando, sentimos un rumor de cascos de caballos, y el
señorito Linton entró con la cara rebosando satisfacción. Sin
duda en aquel momento pudo Catalina comparar la diferencia
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