Page 99 - cumbres-borrascosas-emily-bronte
P. 99

—Lo lamento, señorita Catalina —respondí, continuando en mi

                  ocupación.


                  Creyendo que Eduardo no la veía, me arrancó el trapo de


                  limpieza de las manos y me aplicó un pellizco soberbio. Ya he

                  dicho que yo no le tenía afecto, y que me complacía en humillar

                  su orgullo siempre que me era posible. Así que me incorporé,


                  porque estaba de rodillas, y grité con todas mis fuerzas:


                  —¡Señorita, esto es un atropello, y no estoy dispuesta a

                  consentírselo!


                  —No te he tocado, embustera —me contestó, mientras sus


                  dedos se aprestaban a repetir la acción.


                  La rabia le había encendido las mejillas, porque no sabía ocultar

                  sus sentimientos, y siempre que se enfadaba, el rostro se le


                  ponía encarnado como una brasa.


                  —Entonces, ¿esto qué es? —le contesté señalando la señal

                  purpúrea que el brazo.


                  Golpeó el suelo con los pies, titubeó un momento, y después, sin


                  poderse contener, me dio una bofetada. Los ojos se me llenaron

                  de lágrimas.


                  —¡Oh, querida Catalina! —exclamó Eduardo disgustado por su


                  violencia e interponiéndose entre las dos.


                  —¡Márchate, Elena! —ordenó ella, temblando de rabia


                  El pequeño Hareton, que estaba siempre conmigo, comenzó

                  también a llorar y a quejarse de la «mala tía Catalina». Entonces






                                                           99
   94   95   96   97   98   99   100   101   102   103   104