Page 104 - cumbres-borrascosas-emily-bronte
P. 104
—¡Ah! —dijo, soltándome de pronto. —Ahora me doy cuenta de
que aquel granuja no es Hareton. Perdona, Elena. Si lo fuera,
merecería que le desollaran vivo por no venir a saludarme y
estarse ahí chillando como si yo fuera un espectro. Ven aquí,
engendro desnaturalizado. Yo te enseñaré a engañar a un
padre crédulo y bondadoso. Dime Elena: ¿no es cierto que este
chico estaría mejor sin orejas? El cortárselas vuelve más feroces
a los perros, a mí me gusta la ferocidad. Dame las tijeras.
Apreciar tanto las orejas es un sentimiento diabólico. No por
dejar de tenerlas cesaríamos de ser unos burros. Silencio, niño...
¡Anda, pero si es mi hijito! Sécate los ojos y bésame, pequeñín.
¡Cómo!
¿No quieres? ¡Bésame, Hareton, bésame, condenado! Señor,
¿cómo habré podido engendrar monstruo semejante? Le voy a
partir la cabeza...
Hareton se debatía entre los brazos de su padre, llorando y
pataleando, y redobló sus alaridos cuando Hindley se lo llevó a
lo alto de la escalera y le suspendió en el vacío. Le grité que iba
a asustar al niño y me apresuré a correr para salvarle.
Al llegar arriba, Hindley se había asomado a la barandilla
escuchando un e sentía abajo, y casi se había olvidado lo que
tenía entre las manos.
—¿Quién es? —me preguntó, sintiendo que alguien se acercaba
al pie de la escalera.
104