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Quiso tocar al niño, que al sentirse conmigo se había repuesto

                  de su susto; pero Hareton entonces comenzó de nuevo a gritar

                  y a agitarse.



                  —¡Déjele! —le increpé. —Le odia, como le odian todos, por

                  supuesto.


                  ¡Qué familia tan feliz tiene usted y a qué bonita situación ha

                  venido a parar!



                  —¡Peor será en adelante, Elena! —replicó aquel desgraciado,

                  volviendo a recuperar su habitual aspecto de dureza. —

                  Márchate y llévate al niño de aquí. Tú, Heathcliff, haz lo mismo.


                  Por esta noche creo que no os mataré, a no ser que se me

                  ocurra pegar fuego a la casa... Ya veremos.


                  Mientras hablaba, se sirvió una copa de brandy.


                  —No beba más —le rogué. —Apiádese de este pobre niño, ya


                  que no se apiada de sí mismo.


                  —Con cualquiera le irá mejor que conmigo —me contestó.


                  —¡Tenga compasión de su propia alma! —dije, intentando


                  arrebatarle la copa de la mano.


                  —¡Quia! Me encantará enviarla al infierno para castigar a su

                  Creador — repuso. — ¡Brindo por su eterna condenación!



                  Bebió y nos hizo salir, no sin soltar una serie de juramentos que

                  más vale no repetir.












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