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me entristecía al ver que Catalina, con ojos enjutos y aire
indiferente, partía en aquel momento un ala de ganso que tenía
en su plato a punto de comer.
«¡Qué niña tan insensible!», pensé. Nunca hubiera creído que la
suerte de su antiguo compañero de juego la tuviera tan sin
cuidado.
Ella estaba llevándose en aquel momento un bocado a la boca,
pero de pronto lo soltó; las mejillas se le enrojecieron ' y por su
rostro corrieron las lágrimas. Dejó caer el tenedor y aprovechó
la ocasión de inclinarse para disimular su emoción. Durante
todo el día anduvo como alma en pena procurando ver a
Heathcliff. Pero éste había sido encerrado por Hindley, lo que
averigüé al querer llevarle ocultamente algunas viandas.
Por la tarde se organizó un baile, y Catalina pidió que soltaran a
Heathcliff, ya que si no Isabel no tendría pareja, pero no se la
atendió y yo fui llamada a ocupar la vacante. El baile nos puso
de buen humor, y éste aumentó cuando llegó la banda de
música de Gimmerton, con sus quince músicos, entre los que
había un trompeta, un trombón, clarinetes, flautas, oboes y un
contrabajo, sin contar los cantantes. La banda suele recorrer en
Navidad las casas ricas pidiendo aguinaldos, y su llegada es
siempre acogida con alegría. Primero cantaron los villancicos
de costumbre; pero después, como a la señora Earnshaw le
gustaba extraordinariamente la música, les pedimos que
tocasen algo más, y lo hicieron durante el tiempo que quisimos.
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