Page 101 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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sociedades secretas, y leyó incontables libros poco conocidos y esotéricos, y

               muchos manuscritos, en su versión original; en los capítulos del Libro Negro,
               que  oscilan  entre  la  deslumbrante  claridad  de  exposición  y  la  oscura
               ambigüedad, hay afirmaciones y alusiones capaces de helarle la sangre a un
               hombre racional. Leer lo que Von Junzt se atrevió a poner por escrito suscita

               incómodas especulaciones sobre lo que no se atrevió a contar. ¿Qué oscuras
               cuestiones, por ejemplo, contienen las páginas escritas con letra apretada que
               formaban el manuscrito inédito en el que trabajó sin descanso durante meses
               antes de su muerte, y que estaban rotas y desperdigadas sobre el suelo de la

               habitación cerrada en la que encontraron muerto a Von Junzt, con marcas de
               dedos afilados sobre la garganta? Nunca se sabrá, pues el más íntimo amigo
               del autor, el francés Alexis Ladeau, después de haber pasado una noche entera
               uniendo los fragmentos y leyendo lo que había escrito en ellos, los quemó

               hasta convertirlos en cenizas y se abrió la garganta con una navaja.
                    Pero los contenidos de lo publicado ya son bastante escalofriantes, aunque
               uno acepte la opinión generalizada de que sólo representan los desvaríos de
               un loco. En ellos, entre muchas otras cosas extrañas, encontré mención a la

               Piedra Negra, ese curioso y siniestro monolito que se yergue en las montañas
               de Hungría, y sobre el cual se acumulan las leyendas oscuras. Von Junzt no le
               dedicaba mucho espacio, ya que el grueso de su tétrica obra versa sobre cultos
               y objetos de oscura adoración que afirmaba seguían existiendo en sus días, y

               parece  que  la  Piedra  Negra  representa  a  alguna  orden  o  ser  perdido  hace
               siglos. Pero hablaba de ella como una de las llaves, una expresión que utiliza
               muchas veces, en diversas circunstancias, y que constituye uno de los puntos
               oscuros de su obra. Aludía brevemente a visiones singulares que se podían

               contemplar cerca del monolito en la noche del solsticio estival. Mencionaba la
               teoría de Otto Dostmann de que este monolito era una reliquia de la invasión
               de los hunos y que había sido erigido para conmemorar la victoria de Atila
               sobre los godos. Von Junzt contradecía esta afirmación sin dar ningún dato

               que la refutase, indicando tan sólo que atribuir el origen de la Piedra Negra a
               los hunos era tan lógico como suponer que Stonehenge había sido erigido por
               Guillermo el Conquistador.
                    Esta alusión a una antigüedad enorme picó mi curiosidad y, no sin cierta

               dificultad, conseguí localizar una copia mohosa y roída por las ratas de Restos
               de  imperios  perdidos  (Berlín,  1809,  editorial  «Der  Drachenhaus»),  de
               Dostmann.  Me  decepcionó  descubrir  que  la  referencia  de  Dostmann  a  la
               Piedra Negra era aún más breve que la de Von Junzt, y que la despachaba en

               un par de líneas como artefacto relativamente moderno en comparación con




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