Page 104 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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debe de haber obtenido gran fama, pues sus actos y conversaciones eran los
más extraños que jamás haya visto en un hombre.
—Como es habitual en los artistas —contesté—, el reconocimiento le
llegó en gran medida tras la muerte.
—Entonces, ¿ha muerto?
—Murió gritando en un manicomio hace cinco años.
—Es una lástima —suspiró mi anfitrión compasivamente—. Pobre
muchacho. Miró demasiado tiempo la Piedra Negra.
El corazón me dio un respingo, pero disimulé mi aguda curiosidad y dije
de forma casual:
—He oído hablar de esa Piedra Negra; está cerca de la aldea, ¿verdad?
—Más cerca de lo que querría un cristiano —respondió—. ¡Mire! —me
llevó hacia una ventana enrejada y señaló las vertientes cubiertas de abetos de
las amenazadoras montañas azuladas—. Allí, más allá de donde se ve la cara
desnuda de ese acantilado que sobresale, se levanta esa maldita Piedra. ¡Ojalá
se hiciera polvo y el polvo volase hasta el Danubio para ser arrastrado hasta
las profundidades del océano más profundo! Una vez intentaron destruirla,
pero todos los hombres que levantaron el martillo o el mazo contra ella
tuvieron un final horrible. Así que ahora la gente la evita.
—¿Qué hay tan maligno en ella? —pregunté con curiosidad.
—Está hechizada por el demonio —contestó incómodo y con un atisbo de
escalofrío—. En mi infancia conocí a un joven que venía de las tierras bajas y
se reía de nuestras tradiciones. En su imprudencia, visitó la Piedra en la
Noche de San Juan, y al amanecer volvió tambaleándose hasta la aldea. Se
había quedado mudo y loco. Algo había destrozado su cerebro y había sellado
sus labios, pues hasta el día de su muerte, que no tardó en llegar, sólo habló
para pronunciar terribles blasfemias o para balbucir galimatías.
»Mi propio sobrino, cuando era muy pequeño, se perdió en las montañas y
durmió en los bosques cerca de la Piedra, y ahora que es adulto le torturan
sueños tan horribles que a veces convierte la noche en una agonía con sus
gritos y se despierta cubierto por un sudor frío.
»Pero hablemos de otra cosa, Herr; no es bueno meditar sobre semejantes
asuntos.
Hice alusión a la evidente antigüedad de la posada y me contestó con
orgullo.
—Los cimientos tienen más de cuatrocientos años; la casa original fue la
única de la aldea que no quemaron cuando el diablo de Solimán arrasó las
montañas. Aquí, en la casa que entonces se levantaba sobre estos mismos
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