Page 108 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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Este  hecho  volvió  a  provocarme  un  sentimiento  indescriptible  de

               incomodidad.  El  nombre  bárbaro  no  sugería  conexión  alguna  con  ninguna
               raza escita, eslava o mongola a la cual deberían haber pertenecido los pueblos
               aborígenes de estas montañas bajo circunstancias naturales.
                    Que  los  eslavos  y  los  magiares  de  los  valles  inferiores  creían  que  los

               habitantes originales de la aldea habían sido miembros del culto a la brujería
               era evidente, decía el maestro, atendiendo al nombre que le dieron, nombre
               que  siguió  siendo  utilizado  incluso  después  de  que  los  antiguos  habitantes
               hubieran  sido  aniquilados  por  los  turcos,  y  la  aldea  reconstruida  por  una

               estirpe más pura y sana.
                    No creía que los miembros del culto hubieran erigido el monolito, pero sí
               creía  que  lo  utilizaban  como  centro  de  sus  actividades,  y  repitiendo  vagas
               leyendas que habían sobrevivido a la invasión turca propuso la teoría de que

               los degenerados aldeanos lo habían empleado como una especie de altar sobre
               el  cual  ofrecían  sacrificios  humanos,  utilizando  como  víctimas  a  las
               muchachas  y  niños  arrebatados  a  sus  propios  antepasados  en  los  valles
               inferiores.

                    Descartaba  los  mitos  sobre  acontecimientos  extraños  en  la  noche  del
               solsticio estival, al igual que una curiosa leyenda acerca de una extraña deidad
               que el pueblo-brujo de Xuthltán se decía que había invocado con cánticos y
               con rituales de flagelación y sacrificio.

                    Dijo que nunca había visitado la Piedra en la noche del solsticio estival,
               pero que no temía hacerlo; lo que quiera que hubiera existido o hubiese tenido
               lugar allí en el pasado, hacía mucho que había sido engullido por las brumas
               del tiempo y el olvido. La Piedra Negra había perdido su significado excepto

               como vínculo con un pasado muerto y polvoriento.
                    Fue  una  noche  cuando  regresaba  de  una  visita  al  maestro,
               aproximadamente una semana después de mi llegada a Stregoicavar, cuando
               de pronto me vino a la cabeza: ¡aquella era la noche del solsticio! El momento

               justo que las leyendas relacionaban con atroces alusiones a la Piedra Negra.
               Me alejé de la taberna y crucé rápidamente la aldea. Stregoicavar estaba en
               silencio; los aldeanos se retiraban temprano. No vi a nadie mientras salía con
               rapidez  de  la  aldea  y  me  internaba  entre  los  abetos  que  enmascaraban  las

               laderas  montañosas  con  una  susurrante  oscuridad.  La  ancha  luna  plateada
               colgaba sobre el valle, inundando los riscos y laderas con una luz extraña y
               recortando  en  negro  las  sombras.  No  corría  viento  alguno  entre  los  abetos,
               pero se percibía un roce y un susurro misterioso e intangible. Seguramente, en

               noches semejantes en el pasado, me decía mi caprichosa imaginación, brujas




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