Page 111 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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extremo, y la luz de la luna refulgía sobre una cadena de oro pesado enrollada

               al cuello.
                    Una cadena más pequeña que colgaba de ella sugería alguna especie de
               colgante que faltaba.
                    El  gentío  agitó  los  brazos  violentamente  y  pareció  redoblar  sus  gritos

               cuando esta grotesca criatura correteó a través del espacio abierto con muchos
               saltos  y  cabriolas  fantásticos.  Al  llegar  ante  la  mujer  que  yacía  junto  al
               monolito, empezó a azotarla con las varas, y ella se levantó de un salto y se
               lanzó a practicar los pasos del baile más increíble que yo haya visto jamás. Su

               torturador  bailó  con  ella,  siguiendo  el  ritmo  salvaje,  imitando  cada  uno  de
               giros y sus saltos, mientras descargaba incesantemente crueles golpes sobre su
               cuerpo desnudo. Con cada golpe gritaba una sola palabra, una y otra vez, y
               toda la gente la gritaba en respuesta. Podía ver cómo se movían sus labios, y

               el  débil  y  lejano  murmullo  de  sus  voces  se  mezcló  y  fundió  en  un  grito
               distante, repetido una y otra vez con éxtasis babeante. Pero no pude distinguir
               cuál era esa palabra única.
                    Los  bailarines  salvajes  giraron  en  remolinos  mareantes,  mientras  los

               observadores, sin moverse de su sitio, seguían el ritmo de su baile agitando
               los cuerpos y entrecruzando los brazos. La locura aumentó en los ojos de la
               saltarina y se reflejó en los ojos de los testigos. El frenesí vertiginoso del baile
               enloquecido  se  hizo  más  salvaje  y  extravagante,  se  convirtió  en  una  cosa

               bestial y obscena, mientras la vieja bruja aullaba y aporreaba el tambor como
               una demente, y las varas chasqueaban una melodía del diablo.
                    La sangre corrió por las extremidades de la bailarina, pero esta no parecía
               sentir  los  azotes  excepto  como  estímulo  para  nuevos  y  descabellados

               movimientos: saltó en medio del humo amarillo que ahora parecía abrazar a
               ambas figuras saltarinas, y pareció que se mezclara con esa niebla espantosa y
               se  cubriera  con  ella  como  un  velo.  Entonces,  emergiendo  a  plena  vista,
               seguida de cerca por la cosa bestial que la azotaba, explotó en un estallido

               indescriptible  de  movimientos  dinámicos  y  enloquecedores,  y  en  la  misma
               cresta  de  esa  oleada  enloquecida,  se  desmoronó  repentinamente  sobre  la
               hierba, temblando y jadeando como si se sintiera completamente abrumada
               por  sus  frenéticos  esfuerzos.  Los  latigazos  continuaron  con  implacable

               violencia e intensidad, y ella empezó a arrastrarse sobre su vientre hacia el
               monolito. El sacerdote, pues así es como le llamaré, la siguió, azotando su
               desprotegido  cuerpo  con  toda  la  fuerza  de  su  brazo  mientras  ella  se
               contorsionaba, dejando un oscuro rastro de sangre sobre la tierra pisoteada.

               Alcanzó el monolito, y boqueando y jadeante lo abrazó con ambas manos y




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