Page 114 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
P. 114
haber perdido su forma original, se hallaba una caja cuya superficie laqueada
la había preservado de la degeneración completa a lo largo de los siglos.
La agarré con frenético entusiasmo, y de regreso, en mi habitación de la
posada, abrí la caja y encontré el pergamino relativamente intacto. Había algo
más en la caja, un pequeño objeto achatado envuelto en seda. Estaba
impaciente por indagar en los secretos de las páginas amarillentas, pero el
agotamiento me lo impidió. Desde mi partida de Stregoicavar, apenas había
dormido, y los terribles esfuerzos de la noche anterior se combinaron para
doblegarme. A pesar de mí mismo, me vi obligado a tumbarme en la cama, y
no me desperté hasta la puesta de sol.
Ingerí una cena apresurada, y luego, a la luz de una vela temblorosa, me
dispuse a leer los caracteres turcos que cubrían el pergamino. Fue un trabajo
difícil, pues no estoy muy versado en el idioma, y el estilo arcaico del relato
me desconcertaba. Pero mientras me esforzaba por entenderlo, alguna palabra
o frase suelta me llamaban la atención y un horror oscuramente creciente me
atrapaba en su zarpa. Apliqué mis energías a la tarea con gran intensidad, y a
medida que el relato se hacía más claro y tomaba una forma más tangible, la
sangre se me helaba en las venas, el vello se me erizaba y la lengua se me
resecaba en la boca.
Por último, cuando la aurora gris se deslizaba a través de la ventana
enrejada, dejé el manuscrito y desenvolví la cosa cubierta de seda. Mirándola
con ojos fatigados, supe que la autenticidad de todo el episodio quedaba
confirmada, incluso aunque hubiera sido posible dudar de la veracidad de
aquel terrible manuscrito.
Devolví ambas cosas obscenas a la caja, y no descansé, ni dormí ni comí
hasta que la caja fue lastrada con piedras y arrojada a la corriente más
profunda del Danubio que, si Dios quiere, la habrá llevado de regreso al
Infierno del que salió.
No fue un sueño lo que soñé la noche del solsticio estival en las colinas de
Stregoicavar. Por suerte para Justin Geoffrey, él sólo se entretuvo allí bajo la
luz del sol y después reanudó su camino, pues si hubiera contemplado aquel
espantoso cónclave, su desequilibrado cerebro habría sucumbido aun antes de
cuando lo hizo. Cómo pudo resistir mi propia cordura, es algo que no sé
explicar.
No, no fue un sueño. Contemplé una atroz fiesta de devotos muertos
desde hacía mucho, que volvieron del Infierno para adorar como lo hacían
antaño; eran fantasmas que se inclinaban ante un fantasma, pues el Infierno
hace mucho que reclamó a su execrable dios.
Página 114