Page 119 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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Los ojos del pescador se posaron en el único ornamento que llevaba el
guerrero, un pesado brazalete dorado en el brazo izquierdo.
—Afeitado y rapado al estilo normando —murmuró—. Y moreno; debes
de ser Turlogh el Negro, el proscrito del Clan na O’Brien. Viajas mucho; lo
último que oí de ti era que estabas en las colinas de Wicklow asediando a los
O’Reilly y a los cerveceros por igual.
—Un hombre necesita comer, sea o no un proscrito —gruñó el dalcasiano.
El pescador se encogió de hombros. Un hombre sin amo… era un camino
duro. En aquellos días de clanes, cuando la propia sangre de un hombre le
expulsaba, se convertía en un hijo de Ismael por partida doble. Todas las
manos de los hombres se alzarían contra él. El pescador había oído hablar de
Turlogh Dubh, un hombre extraño, hosco, un guerrero terrible y un estratega
hábil, pero también alguien a quien repentinos accesos de cólera convertían
en un hombre marcado incluso en aquella tierra y en aquella época de locos.
—Hace un día espantoso —dijo el pescador sin venir a cuento.
Turlogh contempló sombrío su barba revuelta y su pelo enmarañado.
—¿Tienes una barca?
El otro asintió mirando hacia una pequeña ensenada donde estaba
tranquilamente anclado un elegante navío construido con la habilidad de un
centenar de generaciones de hombres que le habían arrancado el sustento al
mar testarudo.
—Apenas parece navegable —dijo Turlogh.
—¿Navegable? Los que habéis nacido y os habéis criado en la costa
occidental deberíais ser más listos. He navegado yo solo en ella hasta la Bahía
de Drumcliff, ida y vuelta, con todos los diablos del mar atacándola.
—No se puede pescar con el mar así.
—¿Te crees que sólo vosotros, los jefes, os divertís arriesgando el pellejo?
Por todos los santos, he navegado hasta Ballinskellings con tormenta, y
también he regresado, sólo por diversión.
—Con eso me basta —dijo Turlogh—. Me llevaré tu barca.
—¡El diablo te llevarás! ¿Qué formas de hablar son esas? Si quieres
abandonar Erín, vete a Dublín y embárcate con tus amigos daneses.
Una mueca negra convirtió la cara de Turlogh en una máscara
amenazadora.
—Algunos hombres han muerto por menos que eso.
—¿Acaso no intrigaste con los daneses? ¿Y no es por eso por lo que tu
clan te expulsó para que murieses de hambre en los brezales?
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