Page 121 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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parecida? ¡Es la mejor de su clase!
Turlogh tomó el brazalete de su brazo izquierdo.
—Te pagaré. Aquí tienes una torques que Brian puso en mi brazo con sus
propias manos antes de Clontarf. Tómala; con ella podrías comprar cien
barcas. Yo he pasado hambre llevándola en el brazo, pero ahora la necesidad
es desesperada.
Pero el pescador agitó la cabeza, con la extraña ilógica del gaélico
ardiendo en sus ojos.
—¡No! Mi choza no es lugar para una torques que las manos del Rey
Brian han tocado. Quédatela… y llévate la barca, en nombre de todos los
santos, si tanto significa para ti.
—La recuperarás cuando regrese —prometió Turlogh—, y puede que
también alguna cadena de oro que ahora adorna el grueso cuello de un pirata
norteño.
El día era triste y plomizo. El viento gemía y la monotonía eterna del mar
era como el pesar que nace en el corazón del hombre. El pescador se irguió
sobre las rocas y contempló el frágil navío deslizarse y retorcerse como una
serpiente entre las rocas hasta que el impacto del mar abierto lo azotó y
sacudió como si fuera una pluma. El viento hinchó la vela y la delgada barca
saltó y se tambaleó, luego se enderezó y corrió por delante del vendaval,
disminuyendo de tamaño hasta que fue poco más que una mota bailarina a
ojos del observador. Y entonces una ráfaga de nieve la ocultó de su vista.
Turlogh comprendía en parte la locura de su peregrinaje. Pero se había
criado con penalidades y peligros. El frío, el hielo y el aguanieve que habrían
congelado a un hombre más débil, a él sólo le espoleaban para esforzarse aún
más. Era tan duro y flexible como un lobo. En una raza de hombres cuya
resistencia asombraba incluso a los nórdicos más aguerridos, Turlogh Dubh
destacaba como ninguno. Al nacer había sido arrojado a un ventisquero para
poner a prueba su derecho a sobrevivir. Su infancia y su juventud las había
pasado en las montañas, la costa y los páramos del oeste. Hasta que fue
hombre nunca vistió ropas tejidas sobre su cuerpo; una piel de lobo había sido
la indumentaria de este hijo de un jefe dalcasiano. Antes de que le desterraran,
podía resistir más que un caballo, corriendo todo el día a su lado. Nunca se
había llegado a cansar nadando. Ahora que las intrigas de los celosos hombres
del clan le habían empujado a la soledad y a la vida del lobo, su rudeza era tal
que el hombre civilizado sería incapaz de concebirla.
La nieve cesó, el tiempo se aclaró, el viento se calmó. Turlogh no podía
apartarse de la costa, evitando los arrecifes contra los que continuamente
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