Page 120 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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—Los celos de un primo y el desprecio de una mujer —gruñó Turlogh—.

               Mentiras…  todo  mentiras.  Pero  basta.  ¿Has  visto  un  gran  barco  que  subía
               desde el sur en los últimos días?
                    —Sí, hace tres días avistamos una galera con proa de dragón viento en
               popa.  Pero  no  atracó…  Los  piratas  no  sacan  nada  de  los  pescadores

               occidentales excepto golpes dolorosos.
                    —Debía  de  ser  Thorfel  el  Bello  —murmuró  Turlogh,  balanceando  el
               hacha que colgaba de su muñeca—. Lo sabía.
                    —¿Ha habido incursiones de barcos en el sur?

                    —Una banda de saqueadores cayó durante la noche sobre el castillo de
               Kilbaha. Se cruzaron las espadas… y los piratas se llevaron a Moira, hija de
               Mur-tagh, un jefe de los dalcasianos.
                    —He  oído  hablar  de  ella  —murmuró  el  pescador—.  Las  espadas  se

               afilarán en el sur… será un mar de sangre, ¿verdad, mi joya negra?
                    —Su hermano Dermond yace incapacitado por un tajo de espada en el pie.
               Las tierras de su clan están siendo asoladas por los MacMurrough del este y
               los O’Connor del norte. No hay muchos hombres que se puedan dedicar a la

               defensa de la tribu, ni siquiera para buscar a Moira; el clan está luchando por
               sobrevivir. Toda Erín se tambalea bajo el trono dalcasiano desde que cayó el
               gran Brian. Aun así, Cormac O’Brien se ha embarcado para perseguir a sus
               raptores;  pero  sigue  un  rastro  falso,  pues  creen  que  los  saqueadores  eran

               daneses  de  Coningbeg.  Bueno,  los  proscritos  tenemos  otras  fuentes  de
               información; fue Thorfel el Bello, que posee la isla de Slyne, que los nórdicos
               llaman Helni, en las Hébridas. Allí se la ha llevado, y allí le seguiré. Préstame
               tu barca.

                    —¡Estás loco! —gritó el pescador con voz aguda—. ¿Qué estás diciendo?
               ¿Vas  a  ir  desde  Connacht  a  las  Hébridas  en  una  nave  abierta?  ¿Con  este
               tiempo? Yo digo que estás loco.
                    —Lo  intentaré  —contestó  Turlogh  con  aire  ausente—.  ¿Me  prestas  tu

               nave?
                    —No.
                    —Podría matarte y llevármela —dijo Turlogh.
                    —Podrías —replicó el pescador imperturbable.

                    —Cerdo rastrero —gruñó el forajido con pasión repentina—, una princesa
               de Erín languidece en las garras de un saqueador de barba roja del norte y tú
               discutes como un sajón.
                    —¡Yo también tengo que vivir! —gritó el pescador con la misma pasión

               —.  ¡Si  te  llevas  mi  barca  me  moriré  de  hambre!  ¿Dónde  conseguiré  otra




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