Page 115 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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No sé por medio de qué horrible alquimia o blasfema brujería se abren las

               Puertas del Infierno en esa única noche escalofriante, pero mis propios ojos lo
               han visto. Y sé que no vi nada vivo aquella noche, pues el manuscrito con la
               cuidadosa  letra  de  Selim  Bahadur  narraba  con  gran  detalle  lo  que  él  y  sus
               tropas encontraron en el valle de Stregoicavar; y yo leí, descritas con todo

               detalle,  las  atroces  obscenidades  que  la  tortura  arrancó  de  labios  de  los
               adoradores que gritaban; y también supe de la tétrica cueva negra perdida en
               las  colinas  donde  los  horrorizados  turcos  arrinconaron  a  una  cosa-sapo
               vociferante,  monstruosa  e  hinchada,  y  cómo  la  mataron  con  fuego  y  acero

               antiguo,  bendecido  en  los  tiempos  remotos  por  Mahoma,  y  con
               encantamientos  que  eran  antiguos  cuando  Arabia  era  joven.  Ni  siquiera  la
               firme  mano  del  viejo  Selim  pudo  evitar  el  temblor  al  tomar  nota  de  los
               cataclísmicos y devastadores aullidos de muerte de la monstruosidad, que no

               pereció sola; pues una decena de sus exterminadores perecieron con ella, en
               formas que Selim no quiso o no pudo describir.
                    Ese ídolo achaparrado, labrado en oro y envuelto en seda, era una imagen
               suya, y Selim lo arrancó de la cadena dorada que colgaba del cuello del sumo

               sacerdote de la máscara cuando murió.
                    ¡Menos mal que los turcos limpiaron aquel valle espantoso con antorchas
               y  acero  purificadores!  Visiones  como  las  que  esas  amenazadoras  montañas
               han contemplado pertenecen a la oscuridad y los abismos de eones perdidos.

               No, no es el temor a la cosa-sapo lo que me hace temblar en la noche. Está
               atrapada en el Infierno con su nauseabunda horda, libre sólo durante una hora
               en la noche más extraña del año, como he visto. Y de sus adoradores, nada
               queda.

                    Es  la  comprensión  de  que  hubo  un  tiempo  en  que  cosas  semejantes  se
               agazapaban como bestias sobre las almas de los hombres lo que trae el sudor
               frío a mi frente; y temo volver a hojear las páginas de la abominación de Von
               Junzt. ¡Pues ahora comprendo su repetida alusión a las llaves! ¡Sí! Las Llaves

               de las Puertas Exteriores, eslabones que nos unen con un pasado espantoso y,
               ¿quién sabe?, tal vez con esferas espantosas del presente. Y comprendo por
               qué el sobrino del posadero, acosado por las pesadillas, vio en su sueño la
               Piedra Negra como una torre en un ciclópeo castillo negro. Si los hombres

               excavasen  alguna  vez  en  aquellas  montañas,  podrían  encontrar  cosas
               increíbles  bajo  la  capa  de  sus  laderas,  pues  la  cueva  donde  los  turcos
               atraparon a la… cosa… no era realmente una cueva, y tiemblo al pensar en el
               gigantesco abismo de eones que debe extenderse entre esta época y el tiempo

               en que la tierra se agitó y levantó, como una ola, aquellas montañas azules




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