Page 126 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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yacen a tus pies… ellos son los conquistadores ahora. Deben tener su día…

               pero ellos también pasarán. Pero tú vendrás conmigo, Hombre Oscuro, seas
               rey,  dios  o  diablo.  Sí,  pues  se  me  ha  metido  en  la  cabeza  que  me  traerás
               suerte, y suerte necesitaré cuando aviste Helni, Hombre Oscuro.
                    Turlogh aseguró la imagen a los aparejos. Una vez más partió para surcar

               los mares. Los cielos se estaban volviendo grises y la nieve caía punzando
               como lanzas que aguijoneaban y cortaban. Las olas estaban salpicadas con el
               gris  del  hielo  y  los  vientos  vociferaban  y  golpeaban  la  barca  abierta.  Pero
               Turlogh no tenía miedo. Su barca navegó como no había navegado antes. Se

               lanzó a través del vendaval estruendoso y de la nieve agitada, y el dalcasiano
               pensó que era como si el Hombre Oscuro le prestara su ayuda. Sin duda se
               habría  perdido  cien  veces  sin  ayuda  sobrenatural.  Se  esforzó  con  toda  su
               habilidad  en  el  manejo  del  barco,  y  le  pareció  que  había  una  mano  oculta

               sobre la caña del timón, y también a los remos; le pareció que fue algo más
               que la habilidad humana lo que le ayudó cuando orientó su vela.
                    Y cuando todo el mundo se había convertido en un velo blanco y voraz en
               el que incluso el sentido de la orientación del gaélico se perdía, le pareció que

               seguía el rumbo de acuerdo a una voz silenciosa que le hablaba en lo más
               recóndito de su conciencia. Tampoco se sorprendió cuando, al Fin, una vez la
               nieve  hubo  cesado  y  las  nubes  se  hubieron  apartado  bajo  una  fría  luna
               plateada, vio asomar la tierra y reconoció la isla de Helni. Aún más, supo que

               tras un cabo estaba la bahía donde el dragón de Thorfel atracaba cuando no
               estaba recorriendo los mares, y que a cien yardas de la bahía estaba el skalli
               de Thorfel.
                    Sonrió  con  ferocidad.  Toda  la  habilidad  del  mundo  no  podría  haberle

               traído hasta este punto exacto; había sido la pura suerte, no, había sido algo
               más  que  la  suerte.  Este  era  el  mejor  sitio  posible  para  intentar  una
               aproximación, a media milla de la fortaleza de su enemigo, pero oculto a la
               vista de cualquier vigía por el sobresaliente promontorio. Echó un vistazo al

               Hombre Oscuro en los aparejos; tétrico, indescifrable como la esfinge. Una
               sensación  extraña  dominó  al  gaélico;  la  sensación  de  que  todo  aquello  era
               obra  suya  y  que  él,  Turlogh,  era  sólo  un  peón  en  el  juego.  ¿Qué  era  este
               fetiche?  ¿Qué  macabro  secreto  guardaban  aquellos  ojos  tallados?  ¿Por  qué

               lucharon tan ferozmente por él los hombrecillos morenos?
                    Turlogh  acercó  su  barca  a  la  orilla,  hasta  una  pequeña  ensenada.  Unas
               yardas más arriba, echó el ancla y desembarcó. Una última mirada al Hombre
               Oscuro  en  los  aparejos,  y  se  dio  la  vuelta  y  subió  apresuradamente  la

               pendiente del promontorio, manteniéndose a cubierto cuanto le fue posible.




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