Page 127 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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En lo alto de la pendiente echó un vistazo hacia el otro lado. A menos de
media milla, el dragón de Thorfel había echado el ancla. Y allí estaba el skalli
de Thorfel, y también el aura apagada de los troncos toscamente cortados
emitiendo el resplandor que anunciaba los fuegos que rugían dentro. Gritos de
fiesta llegaban claramente hasta el oyente a través del aire limpio. Apretó los
dientes. ¡Fiesta! Sí, estaban celebrando la ruina y la destrucción que habían
causado, los hogares convertidos en cenizas humeantes, los hombres muertos,
las muchachas violadas. Eran los señores del mundo, aquellos vikingos; todo
el sur estaba indefenso bajo sus espadas. Los pueblos del sur vivían sólo para
proporcionarles diversión y esclavos; Turlogh se estremeció violentamente y
tembló como si sintiera un escalofrío. El ansia de sangre le dominó como si
fuera un dolor físico, pero combatió las brumas de la pasión que enturbiaban
su mente. No había venido a luchar, sino a recuperar a la muchacha que
habían raptado.
Se fijó atentamente en el terreno, como un general que revisa el plan de
campaña. Observó que los árboles eran más frondosos detrás del skalli; que
las casas más pequeñas, los almacenes y las chozas de los sirvientes estaban
entre el edificio principal y la bahía. Un fuego enorme centelleaba junto a la
playa y algunos mocetones rugían y bebían a su alrededor, pero el frío atroz
había impulsado a la mayoría hacia el salón de banquetes del edificio
principal.
Turlogh se arrastró por la pendiente frondosa, y se introdujo en el bosque
que rodeaba al skalli trazando una amplia curva que se alejaba de la orilla. Se
mantuvo en el límite de las sombras, aproximándose al skalli por una ruta más
bien indirecta, pero temeroso de salir al descubierto por si le veían los vigías
que Thorfel seguramente habría dispuesto. ¡Dioses, si sólo tuviera a los
guerreros de Clare a su espalda, como antaño! ¡Entonces no acecharía como
un lobo entre los árboles! Su mano se aferró como un grillete al asa de su
hacha al visualizar la escena, la acometida, los gritos, el derramamiento de
sangre, los movimientos de las hachas dalcasianas; suspiró. Era un proscrito
solitario; nunca más conduciría a los espadachines de su clan a la batalla.
Se dejó caer repentinamente sobre la nieve detrás de un arbusto bajo y se
quedó inmóvil. Se aproximaban hombres desde la misma dirección de la que
había venido él; hombres que refunfuñaban en voz alta y caminaban con
pasos pesados. Aparecieron a la vista; eran dos enormes guerreros nórdicos,
sus armaduras de escamas plateadas relampagueando bajo la luz de la luna.
Entre los dos cargaban con algo dificultosamente, y para asombro de Turlogh,
vio que era el Hombre Oscuro. Su consternación al comprender que habían
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