Page 129 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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pero cargar con lo que él había manejado tan fácilmente ponía al límite sus

               fuerzas. Agitó la cabeza y reanudó su camino.
                    Por último llegó a un lugar en los bosques próximo al skalli. Aquella era
               la  prueba  decisiva.  De  alguna  forma  tenía  que  alcanzar  el  edificio  y
               esconderse,  sin  ser  descubierto.  Se  estaban  levantando  nubes.  Esperó  hasta

               que una nube oscureció la luna, y en la penumbra subsiguiente, corrió rápida
               y  silenciosamente  a  través  de  la  nieve,  agachándose.  Parecía  una  sombra
               salida de entre las sombras. Los gritos y las canciones del interior del largo
               edificio eran ensordecedores. Ahora ya estaba pegado a la pared, y se aplastó

               contra los troncos toscamente cortados. La vigilancia era muy relajada; ¿qué
               enemigo podría esperar Thorfel, cuando era amigo de todos los saqueadores
               norteños, y no se esperaba que nadie más pudiera aventurarse en una noche
               como estaba siendo aquella?

                    Una sombra entre las sombras, Turlogh se deslizó alrededor de la casa.
               Descubrió  una  puerta  lateral  y  se  acercó  cautelosamente  a  ella.  Entonces
               volvió a retroceder pegado a la pared. Alguien de dentro estaba forcejeando
               con el pestillo. Por fin la puerta se abrió de golpe y del interior surgió un gran

               guerrero,  que  cerró  de  un  portazo.  Vio  a  Turlogh.  Sus  labios  barbados  se
               separaron, pero en ese instante las manos del gaélico saltaron a su garganta y
               se aferraron a ella como un cepo para lobos. El grito intuido murió en la boca
               abierta. Una mano voló a la muñeca de Turlogh, la otra desenfundó una daga

               y lanzó una puñalada hacia arriba. Pero el hombre ya había perdido el sentido;
               el puñal repiqueteó débilmente contra el corselete del forajido y cayó sobre la
               arena.  El  nórdico  quedó  inerte  bajo  las  garras  de  su  ejecutor,  su  garganta
               literalmente  aplastada  por  aquella  zarpa  de  hierro.  Turlogh  lo  arrojó

               despectivamente  sobre  la  nieve  y  escupió  sobre  su  rostro  muerto  antes  de
               volverse de nuevo hacia la puerta.
                    El pestillo no había sido asegurado por dentro. La puerta cedió un poco.
               Turlogh  echó  un  vistazo  al  interior  y  vio  una  habitación  vacía,  llena  de

               barriles de cerveza. Entró sin hacer ruido, cerrando la puerta pero sin echar el
               pestillo. Pensó en ocultar el cuerpo de su víctima, pero no sabía cómo podría
               hacerlo.  Tendría  que  confiar  a  la  suerte  que  nadie  lo  viera  en  la  nieve
               profunda donde yacía. Cruzó la habitación y descubrió que daba a otra que

               era paralela a la pared exterior. Esta también era un almacén, y estaba vacía.
               Aquí se abría un hueco, sin puerta pero cubierto con una cortina de pieles, que
               daba  al  salón  principal,  como  Turlogh  podía  percibir  por  los  sonidos  que
               llegaban del otro lado. Echó un vistazo cautelosamente.







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