Page 207 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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sobre el rostro sin afeitar. Captó el fulgor de los dientes amarillentos
manchados de tabaco que brillaban en una sonrisa salvaje. El humo todavía
flotaba saliendo del rifle que Brill tenía en las manos.
Aquellos detalles conocidos y odiados destacaron con pasmosa claridad
durante el fugaz instante en que Reynolds luchó furiosamente contra las
cadenas invisibles que parecían sujetarle al suelo. Mientras pensaba en la
parálisis que un impacto de refilón en la cabeza podía provocar, algo pareció
ceder y rodó libre. Rodar no es la palabra correcta: casi pareció volar como un
dardo hacia el rifle que yacía al otro lado de la piedra, tan ligeros se sentían
sus miembros.
Dejándose caer tras la piedra, agarró el arma. Ni siquiera tuvo que
levantarla. Tal y como estaba, apuntaba directamente al hombre que ahora se
aproximaba.
Contuvo súbitamente la mano al ver el extraño comportamiento de Esau
Brill. En lugar de disparar o volver a ponerse a cubierto, el hombre venía
directo hacia él, el rifle recogido en el hueco del brazo, la maldita sonrisa
impúdica todavía en los labios sin afeitar. ¿Estaba loco? ¿Es que no podía ver
que su enemigo había vuelto a levantarse, lleno de vida, y que con un rifle
cargado le apuntaba al corazón? Brill no parecía mirarle a él, sino a un lado,
al punto donde Reynolds había estado tumbado.
Sin buscar mayores explicaciones para los actos de su enemigo, Cal
Reynolds apretó el gatillo. Con el salvaje estampido, un jirón azul saltó del
ancho pecho de Brill. Se tambaleó, la boca abierta de par en par. La mirada en
su rostro volvió a dejar paralizado a Reynolds. Esau Brill venía de una estirpe
que lucha hasta el último aliento. Nada era más seguro que el hecho de que
caería apretando el gatillo ciegamente hasta que el último vestigio rojo de
vida le abandonase. Pero el gesto de triunfo feroz fue borrado de su rostro con
el estallido del disparo, para ser sustituido por una espantosa expresión de
sorpresa aturdida. No hizo ningún movimiento para levantar el rifle, que
resbaló de sus manos, ni tampoco se apretó la herida. Estirando las manos de
una forma extraña, sorprendida, aterrorizada, retrocedió dando tumbos sobre
piernas que se doblaban lentamente, sus rasgos paralizados en una máscara de
asombro estúpido que hacía que quien le contemplaba se estremeciera con
horror cósmico.
A través de los labios abiertos brotó una oleada de sangre, tiñendo la
camisa empapada. Y como un árbol que se balancea y se dobla
repentinamente hacia el suelo, Esau Brill se desmoronó entre el mescal y
quedó inmóvil.
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